Marruecos, la puerta de África, un país de gran riqueza histórica que ha sido habitado por numerosos pueblos diferentes (fenicios, cartagineses, romanos, bereberes, árabes, hebreos, portugueses, franceses, españoles…), es actualmente un entorno tolerante en el que se está produciendo un desarrollo económico y social muy esperanzador para su gente, a la vez que no ha perdido ni un ápice de unos valores tradicionales que tan atractivos resultan en Occidente. Sus bulliciosas ciudades son todo un deleite para los sentidos; las laberínticas callejuelas de sus medinas son un entorno cargado de historia en el que se puede encontrar casi cualquier cosa imaginable y donde, si uno se siente atraído por algún recuerdo, es imprescindible practicar el arte del regateo, buscando un precio razonable y como excusa para impregnarse de la cultura local. Otra parada interesante consiste en los hammam o baños públicos árabes, de herencia romana, auténticos lugares de reunión social donde cuidar nuestra higiene y recibir un masaje vigorizante. En cuanto a los entornos naturales de este extenso país, el desierto que lo limita al sur es un paraje de ensueño que en su momento fue transitado por las míticas rutas de caravanas transaharianas, las cordilleras que lo atraviesan hacen que este sea un país más verde y fértil de lo que uno podría imaginar y sus kilométricas playas ofrecen numerosos lugares donde perderse, además de añadir una amplia variedad de productos pesqueros a su ya rica gastronomía. No es de extrañar que la exótica belleza de este país venga atestiguada por la serie de películas de destacable fotografía que aquí se han rodado. La aventura está a la vuelta de la esquina.